Aceptar que una vez muerto no importa haber o no haber conseguido o realizado el deseo permite luchar sin el apremio de la urgencia y permitirse, a su vez, el lujo de jugarse en ello la vida.
Sobre el dolor que articula tu vida
tratar, por un momento, de asentarte;
querer tomar control de un presentarse
que exige pronunciarse sin medida;
ante una muerte que dia a dia
avanza, olvidarte y azogarte
ante el pasar de todos los instantes
pasivos donde el devenir germina.
Detener el proceso que impide
el desarrollo en él acaecido:
"No dar su tiempo al germen pudre el fruto",
decirte y encarar la muerte: "¡Vivo!
¡Quiero! No es necesario exigirle
que sea lo que quiero al futuro;
pero el querer me enfrenta al destino,
me hace tomar la vida y ser más libre:
si no sucede da igual, ya habré muerto."
Nota: Falta por pulir el último verso... Disculpen la urgencia.