Se quiebra el pico entre el humo oscuro
que a los cuerpos esconde del mirar
que no ve en la garganta aquel altar
nacido entre las cuerdas y el susurro.
Tambaleantes, penden, ante el muro,
los seis dedos que dan notas al mar
que tiembla en la mujer de pino en crudo,
y sientes que una voz te hace llorar.
Irrumpen como coches desvocados
los muros con total necesidad
y van marcando con su choque el ritmo
que da descanso al pecho desatado
entre el grito que no puede cesar.
Tiemblan pestañas rotas entre el vino.
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