¿Y si este mundo que habitamos fuera
sólo el mundo de un sádico y abstracto
ideal, productor de cualquier acto
o esperanza en pos de una vida buena?
¿Y si el futuro tan sólo sirviera
para atarnos de nuevo al juego dado
-cartas marcadas, trucados los dados-
donde se imposibilita la espera?
Nuestra esperanza sólo serviría
para satisfacerlo, y el absurdo
abandonarla, promesa, sin duda
de llegar a alcanzarla. ¿Hasta que punto
nos atrevemos a perder la vida
para vivirla? Esta es la pregunta.
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