Tras el oscuro sillón se desliza
una sombra de vida ahogada
por la luz del cristal. Afuera clama
el bullicio, inerte, de la vía
que, en la abstracción, el flujo moviliza
de este vivir sin vida que nos traza
el beneficio de aquella esperanza
que cree que nuestro estar no finaliza.
Nadie atiende al suspiro que se emite
desde el inmóvil jadeo que indica
el apagarse de un pulso olvidado
al marchitarse la voz. Se resisten
los cuerpos a ser cosas sin vigilia
que conozca su estar. Todo ha acabado.
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