La esperanza del otro es el deseo
del sádico. No el verlo sufrir,
gritar, llorar, sino el presentir
como espera vivir siguiendo el juego
que se le impone como único hueco
de salvación. Animarlo y decir:
"Al final del dolor podrás construir
tu vida, ayúdate de un proyecto
para poderlo soportar; decide
qué quieres ser cuando vuelvas a ser
libre otra vez. Supera este exceso
de estímulos impuestos; ¡sí!, ¡resiste!,
¡lucha!, ¡intenta escapar! Me gusta ver
tu vida manifiesta"... Ya está muerto.
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